El ladrón de almas

El ladrón de almas

viernes, 27 de enero de 2012

Poema: "Atrapado", de María del Pino.


ATRAPADO:

Me gustaría bucear,
y las algas contemplar.
Los vivos colores buscar
allá en el denso mar...
Encontrar con emoción
toda alegría oculta en mi corazón...
Mas, para mi pequeño y mal pesar,
mi sueño no puedo realizar
al no saber, ni poder, nadar...


                          María del Pino.
          
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Por María del Pino.

miércoles, 25 de enero de 2012

A Paquito: FELIZ CUMPLEAÑOS.

          Muy buenas a todos, hoy es un día muy especial para uno de mis amigos, por eso, con mucho cariño, quería dedicarle unas palabras en mi Blog:


A Paquito:

La luz de nuestro azulado cielo rozó Córdoba el día que naciste,
para, luego, radiarla de alegría cuando cordobés te sentiste.
Dentro llevaste tu orgullo de ciudadano,
y a mí me brindaste un día tu mano.
Nos hicimos amigos gracias a tu bondad
Y, por eso, amigo mío, amante de tu ciudad,
luchador innato de, y por, la libertad,
te quiero de corazón bien felicitar,
pues deseo que en tu día te puedan alegrar,
y que tu cumpleaños, con ilusión, llegues a celebrar.

¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!!


                                                    María del Pino



miércoles, 18 de enero de 2012

Microrelato presentado en Café Romantic por María del Pino:

.

  • MUERE…                                                                             
        El silencio de tus labios rompió mi alma y aumentó en mí el miedo a perderte.
       –No me dejes…                                                                                    
Aunque te lo rogué, no me hiciste caso y subiste al cielo.                        

                                                                     María del Pino.





          De los cinco ganadores y entre los 49 participantes, he quedado segunda, compartiendo puesto junto con otro microrelato en el Café Romantic, de Goyo Martínez. Me ha sorprendido, pues es el primero que hago y me presenté por probar a hacer algo breve.

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Por María del Pino.

martes, 17 de enero de 2012

"El secreto de los tejados", de José Nicolás Sánchez, por María del Pino.


         Comenzaré por decir que una amiga me regaló una vez el libro de "El secreto de los tejados", alegando que era de un escritor amigo suyo, José Nicolás Sánchez. Me habló bastante bien de él. Así pues, tras habérmelo leído previamente, daré mi opinión y diré de qué va la trama.


         En él se narra la vida de tres personajes muy variopintos. Sin embargo, tienen a su vez dos cosas muy fuertes en común: el arte y la amistad.
"EL SECRETO DE LOS TEJADOS": 160 páginas.

        Alex, por su parte, es un pintor seductor,  rebelde y carismático que saca todos  sus sentimientos a través de sus cuadros. Rubén, por otro lado, es un joven que sale de su pueblo, ahogado por sus perturbaciones y mar de dudas, con el deseo de llegar a ser bailarín. Y, finalmente, Lola, es una muchacha temerosa y un poco gruñona a causa de sus miedos que anhela convertirse en escritora. Juntos, como compañeros de piso y amigos, se embarcan en la aventura de la vida, salteando obstáculos o estrellándose contra ellos, aprendiendo, tanto de los demás como de sí mismos, y disfrutando de la juventud y de sus pasiones.


        Es un libro de fácil lectura, muy reflexivo y que incita al lector a verse reflejado en los protagonistas. Y es que, sea cual sea el objetivo que una persona persiga en su vida, en su camino, la cuestión es que hay una meta final y diferentes formas y perspectivas de tomar la ruta hasta llegar. O no...
        Por eso, recalco que cada lector puede sentirse reflajado en uno o varios protagonistas, según éstos avancen en la historia que nos narra su escritor, o se avance en la vida.


        Es una novela amena que recomiendo a todo aquel que a la vez de entretenerse quiera filosofar internamente sobre la vida y aprender unas cuantas curiosidades, que José Nicolás, va dejando reflejadas de forma muy grácil.


Enhorabuena.

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Por María del Pino

viernes, 6 de enero de 2012

Relato: "Carta a los Reyes Magos", de María del Pino.

          Hoy, día de reyes, subiré el relato para todo aquel que le guste, pueda regalarlo con sólo enviarlo.

©María del Pino

1 de enero, domingo.


          Después del desayuno, un niño se dirigió a su cuarto, agarró un folio, sus lápices de colores y comenzó a escribir:


Queridos Reyes Magos:

         Soy Jose otra vez y os quiero pedir que olvidei la carta que mi papa os dio porque esta es la cata carta de verda. Este haño e sio un niño mu bueno. E ayudado a mama a quitar la meza, a papa tanbien lo ayudo a cocinar, a los abuelos les leo la conpra pa que no la olviden, a la seño le ayudo a repartir los folios y la plastilina...
          Tanbien hago mis tareas todos los dias y espero que me perdoneis por la mancha que le hize a papa en su camisa favorita al querer servirle bino vino rojo. Solo queria ayudarle.
          Reyes, tabien ayudo todos los dias a mi vesina (la abuelita que vive arriba mía) a subirle la conpra siempre que estoy jugando y la bveo. Sienpre le digo que no quiero nada, pero me da un chicle o un chupon.
          Creo que e sio un niño mu bueno. O eso e intentao para que mama, papa, el hermano, los abuelos y vosotros me querais mucho.
          Ya sabeis (porque se que lo sabei to) lo que quiero de verda, asi que estaria mu contento si olvidai la otra carta, la de mentira que escribi en verano (cuando solamente era un niño peqeño) y me regalarais lo que mas deseo en el mundo entero.

          Como sienpre, os dejare la leche y las galletas en la meza que esta cerca del arbol de Navidad y una bolsa con paja de la guena(como dice papa), en la puerta para vuestros camellos.
          Recordad que mis papas os dejan la yave magica que abre todo sinpre bajo la alfombra de limpiarse los pies para entrar a casa.


 Os quiero Reyes Magos.

                       Jose.”

La leyó una vez, tachó las faltas que vio oportunas para su corta edad, los dibujó y coloreó con mimo. A continuación, fue al despacho y agarró un sobre blanco del cajón del escritorio. Metió la carta dentro, la cerró, escribió en el reverso: “Pa los Reyes Magos de Oriente de Jose”; y se la escondió en el jersey justo cuando sonaba el porterillo.
–Jose, es Antoñito. Dice que si quieres salir a jugar... –informó su madre abriendo la puerta y mirándolo.
–Dile que ahora bajo, que me voy a poner el chaquetón –dio un salto de la silla al suelo.
Se lo puso corriendo y agarró su trompo mientras su padre le enrollaba al cuello la bufanda y le metía los guantes en el bolsillo. Éste los despidió con un beso y bajó las escaleras pensando en que los buenos señores de CORREOS, a la mañana siguiente, llevarían a oriente su importantísimo mensaje. Así los reyes podrían cambiarle el regalo a tiempo.
Al pisar la calle, pidió a Antoñito que, como era un año mayor que él, lo acompañara a salir del patio comunitario y a atravesar la calle hasta el buzón que había al otro lado.
Una vez que tuvieron frente a frente el paso de peatones sin semáforo, miraron a ambos lados y cruzaron con precaución, pues sus padres siempre les advertían del peligro que suponía hacerlo solos.
Llegaron, el pequeño se desabrochó el chaquetón y se sacó la carta. La miró durante un rato hasta que la abrazó con una sonrisa cargada de ilusión. Luego, la besó y la echó al buzón.
–Jose, ¿para quién es? –su amigo preguntó curioso mientras él se abrochaba el abrigo.
–Para los reyes magos...
–¡Bah! –le cortó–. ¡Esos no existen! ¡Son papá y mamá! –se burló.
–¡Sí, existen! –replicó–. Yo tengo una foto con Gaspar.
En esos momentos, más despistados por la discusión que mantenían, cruzaron sin mirar a ningún lado.
Una bocina les sorprendió y saltaron hacia la acera contraria, acelerados y asustados.
Jose, que era un niño pequeño y delgado, había caído primero, apoyando sus palmas en el suelo. Sin embargo, Antoñito, que era todo lo contrario, es decir, grande y robusto, lo había hecho encima del primero, provocando así que el chiquito se rompiese la muñeca.
Mientras lloraba sin consuelo debido al dolor que sentía y al miedo que había pasado, Antoñito, preocupado, lo levantó y no supo qué hacer. Por suerte, la vecina mayor a la que tanto ayudaba, pasó por su lado y lo atendió. Enseguida lo llevó ante sus padres y éstos al hospital.
Ellos, asustados y conmocionados, le riñeron bastante por haber salido del patio sin permiso ni vigilancia adulta. Así que, él, decaído, sabía que había sido un niño muy malo y que ya los Reyes ya no lo iban a escuchar. Aun así, no se rindió y rezó para pedir perdón.
Al día siguiente, tenía en su mano izquierda una pequeña escayola –que Antoñito decía envidiar–, y un cabestrillo.


Cuando llegó la gran noche de la cabalgata, los Reyes le saludaron, le dieron caramelos y una pelota amarilla muy bonita. Eso le hizo creer que, tal vez, ya no estaban enfadados con él.
Nada más llegar a su casa, alegre, preparó con la ayuda de su madre la leche y las galletas para cuando viniesen y la paja para los camellos. A continuación, corrió a su cuarto, deshizo la cama, se cambió y se metió dentro.
–Jose, antes de dormir, hay que cenar... –expuso su padre desde la puerta, entre risitas.
–¡Es verdad! –exclamó y pensó:– ¿Puedo comerme la tortilla que dejé a medio día?
Su intención era comer cuanto antes para ir pronto a dormir. Y su solución perfecta era la gran tortilla que hizo su madre, ya que les sobró a todos. Se temía que si su padre cocinaba, se pondría a hacer algo exquisito que requeriría mucho tiempo y él quería dormirse lo antes posible.
Una vez en la cama, con los dientes lavados, se colocó el reloj que tenía luz para mirar la hora. Estaba tan nervioso e inquieto que vio pasar a través de sus pequeñas pupilas las once, las doce, la una y las dos. Ya había superado la una y media, que era lo que más había aguantado despierto. Y eso sólo ocurría en fin de año, ya que sus padres lo mantenían así antes de que se echara en el sofá y se quedase dormidito.
Al fin, a las dos y media pasadas, el sueño derrotó a su ansiedad.


Sobre las seis de la mañana, abrió los ojos torpemente a causa de unos ruiditos en la puerta que se desplazaban al salón. «¿Un carro?», se preguntó al escuchar el traqueteo de unas ruedas arrastrándose por la casa. Luego, los vasos se escucharon uno tras otro ser cogidos y soltados. «¡Los reyes estaban bebiendo!», bramó intentando desarroparse fallidamente.
Aunque intentó despertarse, al rodear su cuerpo hacia el otro lado, sus ojitos se le cerraron. No obstante, a las ocho menos cuarto de la mañana, se volvieron a abrir de golpe al creer escuchar la risa lejana de su hermano mayor tras un portazo.
Dio un salto, se dejó la bata atrás y gritó: ¡Mamá, papá, ya están aquí los reyes!”. Salió disparado al cuarto de su hermano, pero no había nadie. Después, aceleró su marcha hacia el salón, donde se encontraban sus padres con una taza de café en las manos, sentados y sonrientes.
Miró en todas direcciones, incluso buscó en la cocina. No prestaba atención alguna al árbol. Parecía que ahí no se encontraría su preciado regalo.
Cariño, mira donde siempre... –se rió la madre al ver a su pequeño indagar hasta debajo la mesa y detrás de la tele.
Fue raudo, pero tan solo vio una caja en la que ponía su nombre con rotulador. Se desilusionó. Su verdadero regalo no cabría en una caja que podía coger con la mano buena.
La madre insistió en que la cogiese, así que se armó de valor y la agarró con cierto tembleque mientras sus pequeños ojitos se le cargaban de lágrimas. Mientras lo desenvolvía, indeciso, como no queriendo de antemano lo que hubiese dentro, sus padres se levantaron ilusionados.
Al quitar definitivamente el papel ya que sólo tener una mano le llevó más tiempo del debido–, descubrió una Nintendo 3DS. Era justo el regalo que pidió en la carta falsa. Y, además, azul, como la que especificó.
Sus hombros convulsionaron entre sollozos y la puerta del baño se escuchó de fondo tras la cisterna. El niño no estaba pendiente de su alrededor. Sólo se encontraba pensando que no quería ese regalo, sino el otro.
¿Es que no te gusta? –preguntó el padre preocupado y sorprendido al ver que su hijo lloraba y no saltaba de júbilo.
¿Qué te ocurre, Jose? –la madre se agachó y le puso la mano en el hombro.
Entonces, el chiquillo, tras enjugarse las lágrimas, se giró con una sonrisa amarga y con los ojos cerrados, intentando disimular su dolor interno.
Sí me gusta, papá, pero yo mandé otra carta porque quería otra cosa más importante... –sus lágrimas volvieron a sus inocentes mejillas.
La madre, inquieta, lo abrazó. Entretanto, una tercera voz muy familiar le preguntó qué era lo que tanto quería.
¡Ver a mi hermano! –exclamó llorando más fuerte.
Entonces, de repente, como si un rayo de luz iluminara su dulce rostro de niño, abrió los ojos y alzó la vista al reconocer su voz. Ahí, de pie, con un osito de peluche en la mano y las lágrimas saltadas ante las palabras del pequeño, se encontraba su deseo, su regalo.
Ambos se abrazaron. Llevaban dos años sin verse por culpa del trabajo de éste, ya que lo enviaban al extranjero, de aquí para allá, muy seguido por ser el joven –para que aprendiera–.
Ahora era feliz. Y, mientras Jose lloraba y gritaba de ilusión con un osito entre las manos y su hermano entre los brazos, dio gracias a los Reyes Magos.




Uno de los deseos más
importantes es el
de tener y mantener
a tus seres queridos
siempre cerca”.



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Por María del Pino.