El ladrón de almas

El ladrón de almas

jueves, 7 de noviembre de 2013

Relato erótico: "Tras hacerle el amor".




(No muy de mi estilo, pero había que probar... Espero que os guste)


¿A quién dedicárselo?
Al... lector o lectora que le guste. 






     –¿Qué por qué estoy triste?
     –Sí, ¿qué te ocurre? ¿Por qué me has citado con tanta urgencia? –me preguntó con la preocupación implantada en el rostro.
     –He tenido un sueño extraño… O mejor dicho: pesadilla. Lo he pasado muy mal al despertar. En realidad, al darme cuenta de que todo por este camino va mal.
     –¿Y de qué iba? ¿Qué es lo que va mal? –agarró mi mano.
     –De la mujer que amo.
     –¿Se iba con otro o qué? –se rió con desgana.
     –No es eso… Aunque a este ritmo podría suceder.
     –Cuéntamelo… –se sentó a mi lado para alentarme.
     –Soñé que la tenía delante y que yo era pintor. Ella vestía un elegante traje ajustado que me gustaba demasiado… Uno que se ha puesto en más de una ocasión –suspiré agachando mi cabeza–. Mi deber era el de retratarla en mi estudio. Un estudio enorme, pero bastante vacío en realidad. Quizás, ahora que lo pienso… tan vacío como me siento cuando estoy sin ella a mi lado. Eso me lo ha hecho descubrir esta pesadilla.
     »Primero, tenía el pelo recogido. Luego, pensé que estaría mejor si se lo soltaba. Esa parte está difusa. Tanto como las conversaciones.
     »La cosa es que llevábamos ya un buen rato antes de que se sentase en el sofá a descansar. No encontraba la pose perfecta. En uno de los movimientos que hizo al echarse hacia atrás, un tirante se le bajó con suavidad. No pude evitar lo que eso provocó en mí. Lo que nunca antes había visto en ella, parece que al fin despertó. O tal vez, debería señalar que algo poderoso sentí al tocar su piel en un descuido por colocar bien la tela caída. Enseguida sus labios carnosos, enrojecidos por el carmín, me hicieron sentir hombre… Avivaron la llama de la pasión en mí.
     »Sin darme cuenta, acaricié su mejilla. Por suerte, logré disimular apartándole el cabello hacia un lado. Algo se había alterado en mi fuero interno.
     »No sabía cómo definir lo que se movía dentro de mí al contemplarla semitumbada. Se veía tan inocente, tan cercana, tan… en parte: provocativa. Se mordió el labio inferior cuando me acerqué a colocarla. Estaba sumamente inspirado. Al agarrar sus muñecas temblé interiormente. Se me escapó incluso una mirada pecaminosa que, tal vez, delatara mis deseos, mis miedos…
     »No podía dejar de decirme a mí mismo que una amistad muy grande nos unía. A pesar de ser un sueño, no quería jugármela. No deseaba perderla por un error, un fallo cualquiera. Era, y obviamente es en la realidad, demasiado importante para mí. No obstante, me atrapó. Y ya no hablo solo de sus labios carnosos y sensuales… Su pecho comenzó a agitarse con fuerza al mismo tiempo que una de sus piernas acariciaba la mía.
     »Nervioso, me aparté con suma rapidez. Le sugerí pintarla con la ropa un poco descolocada. También, una pose algo más sensual. Mientras tanto, en mi mente, no dejaba de intentar evadirme de mis pensamientos y actitudes físicas, los cuales, me hubieran arrojado de cabeza a las brasas del sofá en el que se hallaba.
     »Me di media vuelta, tratando de controlar la respiración. ¿Cómo podía sentir eso por ella? ¿Cómo no me había dado cuenta antes de lo que me oprime el corazón? –suspiro–. En serio. Lo prometo. No me había percatado de que mi cariño hacia su persona había rebasado la amistad hasta ese momento del sueño.
     »Volviendo con la pesadilla... No me había separado ni dos pasos cuando giré mi rostro hacia ella de nuevo. Para mi sorpresa, ya mostraba gran parte de sus tersas piernas y… sus hermosos pechos se asomaban tímidamente al balcón del vestido. Lo peor de todo es que no sabía si su mirada, sugerente para mí, era una invitación al pecado o una simple pose para retratar. Fuera lo que fuese, no lo resistí más. Quise salir de dudas. Así pues, decidido, me arrodillé a su lado y tomé la tela entre mis manos con delicadeza. La alcé lentamente hacia arriba. No me detuvo. Al revés, su mano tomó mi cuello con la delicadeza que habría imaginado en la más dulce y pura de mis fantasías.
     »Ya no sabía qué hacer, o qué decir. Simplemente aproximé mi rostro al suyo hasta casi besarla. Y digo casi porque di un respingo hacia atrás, asustado.
     »Cerré los ojos para recapacitar, pero cuando los abrí al sentir sus manos sobre mí, ya se encontraba desnuda, desnudándome. Quizás mi juicio me falló. Tal vez mi razón se marchara a alguna parte y me abandonara. No lo sé. No lo supe. Simplemente puedo garantizarte que la ayudé a hacer desaparecer la ropa de mi cuerpo lo más rápido que pude.
     »¿Fue el ansia? ¿La locura? No tengo ni la más remota idea. Solo contarte que la tumbé con ternura hacia atrás, hacia el sofá con el que mi fantasía me quiso delatar esta noche. Ahí, desnuda ante mis ojos, ante mis antojos, no pude evitar dejar a mis labios recorrer su cuerpo mientras mi fuente inagotable de deseo emanaba toda la pasión que anteriormente se había quedado escondida, dormida para no hacerme ver lo que tenía delante de mí. Soñaba que mis manos recorrían su cuerpo y se recreaban en lugares prohibidos donde de niños nunca llegué a imaginar que ahora de adulto podría llegar a tocar.



     »Sus manos se arremolinaron en mi pelo mientras mi lengua acariciaba su tersa piel. El recorrido vertiginoso de este músculo por su torso no era comparable, en calor, con el que corría fuertemente galopando mi interior. Un nudo tormentoso empezó a ahogarme cuando, ya en sus labios, sus piernas se aferraron a mi cintura con el ímpetu furioso de un jinete en caballo desbocado. Entonces, en esa postura tan fortuita, pude palpar con mi intimidad más ardiente el Oro de los Dioses, el paraíso de Odín, el Palacio de Neptuno… Todo iba llegando a su destino.
     »Agarré su cabeza con fuerza, pero sin apretar, para que no pudiera escaparse del ansiado contacto que mis labios anhelaban hacer con los suyos mientras un huracán estallaba en mi corazón al sentir la extrema calidez de su preciado interior.
     »Poco a poco me iba abriendo paso por el infierno caluroso de su deseado cuerpo. Poco a poco iba tomando lo que me repetía, una y otra vez, que no debía ser mío.
     »Seguí hacia delante hasta que ya no hubo vuelta atrás y, en mitad de este extenuante y maravilloso vals, una chispa de extremo gozo explotó en sus ojos. Fue como una especie de rayo que me indicó que todo el torbellino había acabado y que el mío también debía finalizar.
     »Tras hacerle el amor, querida amiga, ella se marchó sin que me diese tiempo a hablar, a explicarle nada. Bien solo me dejó en esa fría habitación. Es decir, supongo que llegó a mi corazón, me hizo amarla y darme cuenta de que, en la realidad, sin tenerla cerca me encuentro totalmente vacío.
     »Quise ir detrás, pero de esa habitación, es decir, de mi corazón, no podía salir y buscarla. Ya no había puertas, ni ventanas. Solo ella podía volver a entrar. Al despertar, me di cuenta de que si yo no confesaba, no sabría lo que sentía. Y si no lo sabía, jamás volvería. Jamás me querría. Al despertar... repito, me sentí fatal. Me percaté de que estaba eligiendo un mal camino.
     –Vaya… –tragó saliva, desconcertada–. Desconocía esta faceta tuya tan roman…
     –La dejé escapar en mi sueño –agaché la cabeza, cortando su frase.
     –¿Y eso por qué? –tocó mi hombro para darme ánimo.
     –Por ser mi mejor amiga… –clavé mis ojos en los suyos, tratando de adentrarme en su alma para expresarle mi sinceridad.
     –¡Vaya! –sonrió–. Y yo que pensaba que era tu mejor amiga… Ahora hay otra contra la que competir…
     –Querida –agarré su rostro–, a veces, una mirada vale más que mil palabras y una historia a medio terminar…
     Su expresión cambió de manera drástica, de la tristeza compartida al asombro más insólito e inesperado. Ella era mi única mejor amiga.
     –Déjame probar suerte y aventurarme a quererte… –susurré antes de besarla, antes de lanzarme a la aventura.




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Por María del Pino.
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