A la abuela que tanto quise y quiero como mía.
Te queremos.
Los penitentes que la llevaban con una lágrima en los ojos y otra en el corazón, solo murmuraban en el silencio más humilde de su espíritu una única frase: "al cielo con ella". Y, aunque no hubiese capataz alguno que dirigiese esta íntima procesión, ellos más alto la levantaban sobre sus cansados y fatigados hombros. Todos recordaban un momento de alegría junto a su virgen, madre o hermana y nunca pensaron en su adiós.
Las almas de los que seguían la negra estela que dejaba a su paso lloraban lágrimas de dolor, fundiéndose en un solo sentimiento amargo de despedida. Afligidos, tanto los unos como los otros alzaban sus esperanzados ojos al cielo y pedían a Dios un poco de misericordia para los que en tierra quedaban. Todo, mientras seguían su acompasado paso, uno tras otro, portándola encima.
"Al cielo con ella", seguían pregonando con su fe. "Al cielo con ella", y al cielo subió el alma pura de una mujer cuyo corazón albergaba amor para todos.
"Al cielo con ella", seguían pregonando con su fe. "Al cielo con ella", y al cielo subió el alma pura de una mujer cuyo corazón albergaba amor para todos.