La luna nos iluminó aquella noche en la orilla
y, mientras rozaba con mis palmas la arena,
me regalaste un tierno beso en la mejilla,
haciendo que del mundo me sintiese ajena.
Y, es que, sin quererlo, ni beberlo,
sin pensarlo, o tan siquiera hablarlo,
tus ojos escrutaron mi cuerpo con delicadeza,
hasta hacer que, por ti, perdiera la cabeza.
María del Pino.