La mujer más pura y bella. Más
sencilla y más hermosa. La mujer a la que todos miramos a los ojos con el corazón para expresar nuestra pena o alegría. Aquella que, sin dudarlo,
daría su vida por la nuestra, su último aliento por rescatarnos del
fracaso.
Esa dama de la que hablo se aferraría a un clavo ardiendo
en nuestro lugar. Incluso, como Cristo, se dejaría crucificar a
cambio de salvarnos. Es una mujer que, a veces, permanece bajo la sombra
de lo bueno, sin delatar su posición. También, por las noches, se
desvela con nuestras preocupaciones. Nos cuida en los malos momentos
y en los prósperos, nos acaricia la cara desde su pequeño altar. Y
digo altar porque, aunque no sea una reina o una virgen, ahí es
donde todos tenemos, o debemos tener, a esa gran mujer llamada
MADRE.
FELIZ DÍA DE LA MADRE, MAMÁ, MAMÁS DEL MUNDO...
Merecéis todo nuestro reconocimiento nada más que por el mero hecho de traernos bajo la luz del sol y
amarnos con esa incondicionalidad destacable que os señala y os hace
perfectas.
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Por María del Pino.