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Hoy, el gatito se levanta muy contento y entusiasmado de la siesta. Dando brincos de ilusión, se va a cenar. Soraya le ha preparado todo un banquete. Tras acariciarlo y darle un beso en la cabeza, se marcha y lo deja solo para que pueda comer tranquilo.
Una vez que ya se cree solo, mira hacia un lado y hacia otro con mucha cautela. "No hay nadie", se dice entre risitas mininas. Entonces, maulla con suavidad:
-¿Puedo salir ya? - se escucha una vocesilla finita a lo lejos.
-¡Sí, Piki! -dice Wuemby muy ilusionado-. Ya puedes venir.
–¡Oh!
¡Gracias, Wuemby! –empieza a dar grandes saltos de alegría.
Mientras
lo coge con sus pequeñas patitas delanteras, el chismoso gato se
pone a hablarle a su amigo el ratón a la vez que come.
–Además,
las desgracias vienen juntas –comenta muy serio.
–¿Es
que te ha pasado algo a ti? –se preocupa el pequeño.
–No,
pero creo que Pavarotti, el canario del primero, se ha quedado
afónico. Todas las mañanas salgo a escucharlo cantar antes de
hablar con Pelusa, la gata del segundo, y esta vez no ha cantado.
–A
lo mejor no tenía ganas... –Piki se acicala las orejas. Ya ha
terminado de comer.
–No
lo sé... En realidad, llevan días raros. Se esconden.
–¿Por
qué crees eso? –el ratón se rasca la nariz.
–Todos
parecen ocultar algo –Wuemby susurra en su oído.
–No
creo. ¿Ocultarte algo a ti? ¡Imposible! –se ríe.
–Sí.
Esta tarde, antes de ir a echarme mi siesta, he ido a escuchar la
conversación de Pelusa y Lametones, pero cuando me he asomado a
chismorrear, ¡se han callado! –exclama horrorizado.
–Se
les habría acabado la conversación –resuelve Piki.
–No,
no... Piki... Creo que no me quieren. Ya no me dejan espiarlos.
Apenas me entero de los cotilleos –Wuemby parece triste y desolado–
¡Oh, Piki! ¿Qué he hecho yo para merecer este desprecio?
–dramatiza con un poco de llanto.
–Que
no pasa nada –le calma el ratoncito subiéndose a su lomo y dándole
unas palmaditas.
–Vale
–vuelve a sonreír– ¿Y dónde vas ahora?
–A
ver a Pelusa –responde.
–¿Y
de qué vais a hablar? –el gato pone ojos curiosos.
–De
nada.
–¿De
nada? –se extraña.
–Sí,
le preguntaré cómo está y me iré. Tengo cosas que hacer.
–¿Qué
cosas? –vuelve a indagar el gato.
–¡Oh!
¡Wuemby! Deja de ser tan chismoso que eres muy pesado –el
ratoncito parece disgustarse.
El
minino, afectado y dolido, se lleva una patita al corazón y traga
saliva. Las palabras de su mejor amigo le han hecho mucho daño.
Siempre ha sido un gato cotilla. Nunca lo ha podido evitar. Además,
todos en el bloque lo saben y siempre le dejan inmiscuirse en sus
conversaciones o chismorrear. Hasta el día de hoy, su excesiva
curiosidad había sido aceptada.
Piki
se acaba marchando. Se ha despedido con un simple: “mañana no
puedo venir a verte, así que ya nos vemos pasado mañana”.
Wuemby
está muy afectado. Mañana será su cumpleaños y había pensado que
podían pasar el día juntos como los mejores amigos. ¡A lo mejor,
su amistad ha llegado a su fin! Nada más pensarlo, se horroriza. No.
No quiere que Piki deje de ser su amiguito por nada del mundo.
El
minino camina mustio hacia el salón. Allí, se sienta junto a
Soraya. Por suerte, le deja escuchar su conversación telefónica.
¡Menos mal que ella sí actúa con normalidad! Antes de dormir, lo
lleva a la báscula. ¡¡Ha adelgazado un kilo!!. Wuemby es un gato muy
gordito. Pesa alrededor de los diez kilos, así que, verlo adelgazar,
significa que algo no va bien. Soraya esa noche lo arropa con su
mantita y le canta una nana.
Wuemby
entra en un profundo sueño...
Abre
los ojos de par en par. Está escuchando a Pavarotti cantar. Corre
como una gacela hasta la ventana. Allí ve a Pelusa, a Lametones y al
canario.
–Buenos
días, chicos –saluda muy alegre.
–Hola
–responden al unísono un poco apagados.
–¿De
qué hablábais?
–De
nada –responde Lametones.
–¿Qué
cantabas? –cuestiona Wuemby a Pavarotti.
–¿Yo?
Priiii... Nada –dice antes de entrar en su casa y meterse en la
jaula.
–¿Qué
le pasa? –mira a Pelusa.
De pronto, escucha la voz del ratoncito por el patio. “¿Qué hace Piki aquí?”, se pregunta muy extrañado. Vuelve a correr como un galgo hacia allí.
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