El ladrón de almas

El ladrón de almas

viernes, 31 de agosto de 2012

Un beso en la mejilla.



La luna nos iluminó aquella noche en la orilla
y, mientras rozaba con mis palmas la arena,
me regalaste un tierno beso en la mejilla,
haciendo que del mundo me sintiese ajena.

Y, es que, sin quererlo, ni beberlo,
sin pensarlo, o tan siquiera hablarlo,
tus ojos escrutaron mi cuerpo con delicadeza,
hasta hacer que, por ti, perdiera la cabeza.

                                                                 María del Pino.

martes, 21 de agosto de 2012

"Las lágrimas de un definitivo adiós", de María del Pino.

     Avanzó hasta el borde de la carretera y tiró el paraguas al suelo. La lágrima de una nube gris acarició su piel en mitad de aquel lluvioso día de otoño. Con el agua que emanaba del cielo y caía sobre sus mejillas, él trató de aliviar la enorme tristeza que sentía al ver que, ante sus ojos, cruzabas el verde semáforo y partías para siempre.
     Tembló, ansioso, melancólico... No quería llorar, pero tu adiós le oprimía el pecho. Se resquebrajó por dentro. No podía dejar de pensar en ti, y eso que aun te veía a escasos metros.
     Tu última caricia le vino a la mente, estremeciéndole el alma y adentrando en su corazón. No te dejó marchar. No quiso. Te retuvo entre sus brazos minutos antes, esperando tu perdón. Sin embargo, te fuiste de su lado porque creíste que te había olvidado. Le abandonaste, dándote media vuelta, bajo la inestable y continua llovizna que azoraba el ambiente, dejándolo mojado por las gotas de lluvia y las lágrimas que sentía como ardientes arañazos fundiéndose con su piel.
     Una taciturna y entrecortada llamada azotó tu espalda cuando ya te hallabas casi al otro lado del semáforo, avanzando en dirección contraria a la suya y alejándote más de su mirada. Te paraste en seco. Simplemente te pedía una oportunidad y tú querías dársela. Sufrías por la lejanía que tú misma habías interpuesto entre ambos.
     Una vez más, rogaba e imploraba tu perdón. Se disculpaba por no haberte sabido escuchar, por haberse comportado como un ser egoísta y sólo haber pensado en su trabajo y en nada más...
     Con la voz ahogada, desde el otro lado del rojo semáforo, susurró tímidamente el comienzo de vuestra canción favorita. Aquella melodía con la que te ofreció bailar. Aquélla con la que te besó por primera vez.
     Con el semáforo luciendo el color verde esperanza e iluminando tus aguadas pupilas, tu latido se detuvo. Al mismo tiempo, tu cuerpo convulsionó ante la añoranza de todos aquellos felices años de amor. Sabías que no podías vivir sin él. No podías dejarlo atrás. Tu vida estaba conectada con la suya, y jamás lo podrías, o querrías, olvidar.
     Vacilando, te giraste lentamente mientras recordabas el contacto de sus labios. Mientras te hablaba con el alma abierta, expresaba sus sentimientos. Como antaño, sus ojos embaucaron a los tuyos. Los viejos tiempos asaltaron tu mente. Incluso rememoraste el momento en el que tú eras lo más importante en su vida y el trabajo no lo era todo. Vuestras pieles sensibles, por la falta de contacto, lloraban la ausencia del espacio que os separó su ascenso. La angustia afloraba a cada palabra de remordimiento. Olvidaste lo malo y le sonreíste con la verde esperanza del semáforo que os iluminaba, y sin saber que estaba a punto de expirar.
     Ya lo habías perdonado. Supiste que le darías una nueva oportunidad al ver su sonrisa. Él también lo vio en tus ojos, por lo que, sin pensarlo, dio un paso hacia delante para cruzar y acortar así vuestra infinita lejanía, dejándose la vida en el semáforo, bajo la roja luz que le sorprendió y las lágrimas de un definitivo adiós.



Lo encontrarás en el libro de "Relatos Profanos".
© María del Pino.