El ladrón de almas

El ladrón de almas

miércoles, 25 de julio de 2012

Relatos María del Pino: "Vivencias de un Fontanero".

          Con esta entrada número 100, os dejaré con un relato que, como siempre, he llevado previamente, junto a otros muchos, al registro de la propiedad intelectual. Esta historia es prácticamente un monólogo, pese a que interviene otra persona. También lo he arrastrado a las cercanías del acento de mi tierra (sin exagerar mucho) y he dejado que el personaje principal, Luis, cuente lo que, en un día, puede llegar a ocurrirle en su trabajo. Espero que os entretenga, y guste, en estos tiempos de crisis.


[ Podéis escuchar su interpretación en:




Córdoba Club de Fútbol Radio 104.7 FM, cada martes en Luna de Cuentos]


Vivencias de un Fontanero:






     –Vaya, Manué, vaya. Siempre te lo digo. Mi trabajo no se lo recomiendo a nadie.
     –¡Anda, ya, hombre! ¡Que no es tan malo!
     –¿Qué no? Mira que si yo te contara todo lo que me pasó ayer... se te iban a caer los calzoncillos. O eso diría yo que pasó en casa de una mujer, pero en el triturador de la comida.
     –¿Sí?
     –No te quiero ni contar toito lo que me ocurrió...
     –A ver, cuenta, cuenta...
     –Bueno, esto no se lo chismorrees a nadie, Manué, que te conozco desde chico, que estabas en clase con mi hijo y confío en ti.
     –Soy una tumba. Ya lo sabes.
     –De acuerdo. Ayer por la mañana, el Pepe, el carnicero, me llamó cuando estaba en la fontanería arreglando un termo. Me ordenó que dejara el trabajo y me fuera corriendo a su portal, que era muy urgente y que si patatín, patatán. El caso es que dijo que me iba a pagar muy bien y que si me encontraba con su esposa no le comentara nada.
     –¿Está con otra?
     –No, tú calla y escucha. El caso es que cogí el coche y me planté allí. Encontré aparcamiento rápido y pensé que iba a ser un buen día. Pepe ya se encontraba allí, esperándome. Al bajar, lo noté muy nervioso y me contó lo sucedido. Al parecer, antes de irse a la carnicería, se le cayó el anillo de matrimonio por el fregadero de la cocina. Y tú bien sabes que la Lola, su mujer, es una tía de armas tomar.
     –Seguro que lo mata si se entera... Ja, ja... La Lola es mucha Lola...
     –Eso pensamos. El caso, chico, es que me dijo que su mujer suele ir los martes a la peluquería. Y, según ella, llega muy tarde a casa. Tanto que el Pepe me contó que no suele tener la comida hecha, que siempre se la trae él del chino, del burger o de donde sea... –pausa.
     –Sí, dime.
     –Bueno, el caso es que subimos y abrimos la puerta. Hasta ahí todo bien... –silencia.
     –¿Y?
     –Pues, en principio escuchamos a alguien y creímos que todavía estaba la Lola en casa. Nos ves ahí, a dos tíos con los huevos negros, actuando como niños y ocultándonos por la casa, rodando por el suelo, detrás de los muebles, escondiéndonos... Bueno, un show.
     –Ja, ja... ¿Y os pilló?
     –No, Manué, no. Más bien pillamos a la Lola con el cartero. Ya sabes, haciendo horas extra. Horas que estaba claro que yo, en esos momentos, no iba a cobrar porque el horno no estaba para bollos. Se armó el petate. Tuve que agarrar al Pepe por la espalda, incluso encaramarme a él, porque se tiraba encima del menda con el cuchillo ese de partir costillas y demás huesos. Hacha, creo que se llama. No sé, no tengo ni idea de esas herramientas.
     –¿Y cómo pudiste con esa fiera, Luis? ¡Si nos saca dos cabezas!
     –Eso me pregunto yo, cómo pude...
     –Bueno, no llegó a pasar nada, ¿no?
     –Gracias a que Dios no quiso y a que le concedió dos buenas piernas al cartero. ¡Si lo hubieses visto correr! ¡Madre de Dios! Era un galgo. Desnudo, canijo y corriendo escaleras abajo con nosotros detrás. Yo por supuesto, enganchado al becerro del Pepe. Ese hombre, te juro que era capaz de tirar de mí y de siete tíos más.
     –Una buena anécdota la de ayer.
     –¿Una? ¡Ay! Si solo fuese una...
     –¿Es que hay más? –se sorprende Manuel.
     –Mi trabajo es una mierda. Y de verdad.
     –No será para tanto. Dentro de un tiempo lo recordarás y te reirás como te he dicho.
     –Eso espero. Te cuento lo del triturador.
     –Vale –se sientan en unas sillas que hay en la sala.
     –Estaba con mis labores una vez más.
     –¿Con el termo?
     –Sí, con ese mismito –sonríe–. El caso es que era algo personal entre él y yo. Su dueña lo quería cambiar y nos echamos una apuesta. Si lo arreglaba, me pagaba el doble. Lo pactamos. Nos faltó la sangre y to. Pa terca ella, terco yo.
     –¡Vaya apuesta! ¿Ganada entonces?
     –Hoy era el último día para entregarlo y ya, con lo de ayer, llevaba las de perder. Después de ese incidente con la Lola y el Pepe, me quedarían unas seis horas de trabajo en él y tenía más quehaceres en la fontanería.
     –Pues lo terminarías por la noche. Hay que ganar a la señora y sacarle los cuartos.
     –Eso pensé. Ya te contaré eso al final. No he dormido nada.
     –Vale.
     –El caso es que me volvieron a llamar. Una señora muy finudis. Me contó que se le había caído no sé qué tela fina al triturador, que fuera ipso facto a la dirección que me dio. Así que, agarré mis herramientas y puse rumbo al destino con las indicaciones del tomtom, ya que me lo regaló mi hija y aún no lo había probado. ¡Vaya cacharro inútil! ¡Me hizo dar tres vueltas más de la cuenta por no estar actualizado!
      –Hombre, Luis... Esas cosas deben actualizarse... Ja, ja... ¡Eres un carca! Te tengo dicho que te modernices.
     –No me toques las pelotillas, Manué...
     –Venga, va. Sigue contando, cariño.
  –Llegué después de dar cinco vueltas para encontrar un aparcamiento en el culo del mundo. La señora abrió con los rulos puestos y un chucho de esos blancos con miles de pelos en la mano. Vamos, que no salí por patas al verlos porque me habló y vi que era una persona.
     –Ja, ja... ¿Pero tan fea era?
     –No lo sé, chico. No lo sé. La capa radioactiva de potingues verdes que llevaba encima del careto, y la bata rosa chicle, me impedían ver si era humana...
     –Exagerao...
    –Si la hubieses visto, verías que la he descrito igualita. Bueno, continúo.
     –Claro, claro.
     –Mientras el chucho pulgoso me ladraba, la señora me confesó, en plan pudoroso, que a la chica que le viene a hacer la colada se le cayó cierta lencería fina, masculina, al triturador que le había regalado su hijo de no sé qué país extranjero... Ya sabes, Manué, que yo de Despeñaperros parriba no he pasado. Pa mí hasta Madrid ya me suena lejos.
     –Lo sé, lo sé, carca.
     Luis hace un amago de pegarle y Manuel se aparta, vivaracho, pidiéndole perdón con las manos.
     –El caso es que me lié a currar en la dichosa maquinita con la señora detrás, metiéndome presión y diciéndome que como la estropease, no me pagaría... Eso no era normal. Una marabunta enredá de tubos... ¡Madre mía! Ese cacharro debía ser único. Justo cuando al fin encontré el de la trituradora de comida, lo abrí y salió disparao, por ahí, un chorro tan negro como el alquitrán. Bueno, me manché yo, se llenó la señora hasta los rulos... Otro show.
     –Ja, ja...
     –Ella marchó a cambiarse muy enfadada y yo continué ahí, lleno de ese mejunje extraño parecido al petróleo. Pensé que, en esos momentos, si alguien llamaba a la puerta y salíamos a abrirle los dos con el chucho, si fuese yo el individuo, saldría corriendo...
     –Seguro.
     –Bueno, tras mucho meter los dedos por el tubito, logré al fin palpar la tela y agarrar la prenda fina de su marido. Una vez que asomó un poco, me lié a tirar y a tirar, y a tirar... Nada. No salía. Eso se encontraba atrancaito, Manué.
     –¿Pero de qué estaba hecha?
     –No lo sé, pero te aseguro que de fina no tenía nada. Ni la marca. Seguí intentando sacarlo aunque se rompiera. En el instante en el que lo logré, la cañería explotó y se dispuso a expulsar agua, llenando así toa la cocina. ¡Bueno! ¡Eso era del color del fango! El blanco suelo cogió un colorcillo marroncito muy misterioso. Luego, el hedor que emanaba de la prenda... Insoportable. Así pues, miro el calzoncillo y... veo que está lleno de palominos... ¡Qué asco! El señor de la casa se había cagao ahí, ¡seguro! ¡Una porquería!
     –¿Se lo diste?
     –No, más bien se lo lancé.
     –¿Y eso?
     –Llegó el chucho por detrás y me mordió mi sagrada entrepierna. Entonces, del sobresalto, lancé los gallumbos patrás, con tan mala suerte que la anfitriona, que volvía, se los llevó en toda la cara.
     –Ja, ja... –Manuel no puede parar.
     –No te rías tanto, que aquí la gente está muy seria, hombre... –intenta callarlo Luis.
     –Es que lo que cuentas es muy bueno... ¿Y cómo acabó el día?
     –Pues con “Puchipuchi” lleno de heces, como la dueña tanto me gritó que estaba el chucho. Ella irritada y llena de defecaciones de su esposo y yo con un dolor de pelotillas increíble y sin cobrar. Menos mal que mi Chary me compra calzoncillos de algodón gordito, porque sino, ese enano pulgoso me hubiese afeminao como a ti...
     –¡Qué cabrón eres!
     –Pero con estilo, ¿eh?
     –Bueno, te lo paso porque sé que en el fondo te gusto y me quieres como a un hijo –Manuel golpea a Luis en el hombro.
     –Tanto como a mi trabajo... –le da dos palmaditas.
     –¿Y por eso estás aquí o qué?
     –Sí. A ver si encuentro algo mejor.
     –Mejor que nada es lo que tienes.
     –Esa es la razón de mi aguante hasta encontrar algo, chico.
     –¿Y por eso nada más estás aquí?
      –No, es que simplemente también me he cansado de sacarle las mierdas a todo el mundo. Ya hasta a mi hijo, Manué...
     –¿Y eso cómo es?
     –Tu sabes que se rejuntó hace unos días con su novia, ¿no?
     –Sí. Buena muchacha. Pronto se casan, ¿verdad?
     –El año que viene.
     –¿Y qué es lo que ha pasado?
     –Pues ya sabes. Ellos se llevan muy bien, se quieren, tal que cual, pero Manué, los problemas en la convivencia salen a la luz y la muchacha es más limpia que Jaspe, que a saber quién fue ese buen señor que en boca de todos está.
     –¿Y esa es la terrible divergencia?
     –No, que tú sabes que mi Alfonsín es un primor de limpio. La cosa es que ayer mismo, por la noche, le entró un apretón. Un retorcijón de esos de apaga y amonos. Y la novia llegaba del trabajo con ganas de entrar al servicio para hacer un pis y ducharse. Bueno, pues aparte de que tuvo que esperar, se le atrancó el “inodoro” al niño.
     –¿Y qué ocurrió?
     –Pues nada, la muchacha tuvo que pedir permiso para entrar a casa de la vecina mientras su suegro, es decir, yo, me tragaba toda la mierda de mi hijo.
     –¡Qué buen padre!
     –¿Bueno? ¡Con dos cojones, diría yo!
     –Exagerao...
     –Mira, que mi Alfonsín no ha cagado más en toa su puñetera vida. Yo con el desatascador, los productos... Bueno, y eso venga a emerger parriba... Las diez de la noche y yo sin comer ni cenar y de mierda ya hasta las orejas...
     –Pero también lo solucionaste, ¿no?
     –Bueno, si solución le llamas a que “el trono” comenzara a rebullirse y ha hacer pompas...
     –Ay... para Luis... que con esto ya no como en una semana...
     –El episodeo terminó con los tres limpiando todo lo que había rebosado. ¡Hasta los cristales, Manué! Y todo porque el vecino de abajo lo tenía atrancaito también.
     –¿Y no hacía ese tipo nada por impedirlo?
     –Estaba de vacaciones y sigue con ellas. Así que ahí tienes a mi niño, avergonzado, pidiéndole disculpas a su novia y maldiciendo al vecino que no viene hasta el mes que viene. Ahora solo pueden hacer aguas menores. Y él sigue con el retorcijón, ¿eh?
     –¡Vaya por Dios!
     –Por eso te digo, Manué, mi trabajo es una mierda. Yo cuando me hice con el oficio de mi padre, me creí que iba sólo de fregaderos y tuberías sin importancia, pero no. Ya has visto que siendo fontanero, tu vida y tus pelotillas pueden correr peligro en los hogares ajenos, que hay ropa con palominos hasta en las tuberías y que ni en casa, a deshoras, puedes relajarte. Que tienes que sacar la mierda hasta a tus hijos cuando deberías estar descansando...
     –Bueno, Luis, me queda un número para que me toque.
     –¿Y cuánto llevas en el paro, dices?
     –Desde la crisis. Menos mal que trabaja mi novio. Que sino... a la calle.
     –Yo a ver si encuentro otro mejor, que tengo ganas de quitarme de este oficio...
     Le toca el turno a Manuel y Luis permanece en el asiento, esperando los doce números que aún le quedan por delante.
     Vuelve el joven y se despide de Luis.
      –Por cierto, ¿y qué pasó con el termo?
     –Pues por mis Santos Cojones que se lo llevé a tu madre esta mañana y funcionaba, niño. Así que dile que me lo ingrese pronto en la cuenta, que este trabajo es una puñetera mierda.


©María del Pino
"Vivencias de un Fontanero"



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Por María del Pino.
©Ilustraciones del blog también en derechos de autor al igual que los relatos.