El ladrón de almas

El ladrón de almas

martes, 5 de febrero de 2013

Relato: "La niebla", de María del Pino.


La niebla

 A un buen hombre, Antonio Gómez,
por inspirármelo aunque no lo sepa ;)



Blanquecina y fría, una espesa y casi opaca nube me envuelve, haciéndome creer que estoy solo en mitad de la nada. Conforme los segundos transcurren, la niebla, sagaz y libertina, va apoderándose de la playa a su libre albedrío hasta cubrir la orilla por completo y dejarme sin ver a ningún veraneante más. La gelidez roza la toalla y me estremezco ante un quemazón interno. Las risas de fondo han ido cesando poco a poco hasta quedarse en una chiquillada, un juego de niños casi inaudible. Por otro lado, el murmullo del fuerte oleaje amainó su compás hasta hacerse casi imperceptible.

Surco con mis dedos la escarchada arena, buscando la calidez de la piedra que hace un rato puse a mi lado para que no cogiera mi hijo pequeño. Para mi asombro, la mortecina mano de la muerte es lo único que hallo en mi camino. Me levanto asustado, aturdido y lanzando un ahogado alarido al aire. Corro por la arena buscando a alguien, pero no encuentro nada que no sea la soledad de una playa vacía, llena de objetos abandonados: sombrillas, toallas, sillas, neveras…

Tropiezo y ruedo por el suelo, tragando arena. Me retuerzo hasta sacudirme el rostro y me levanto de nuevo. Es una persona. Una jovencita que había estado contemplando momentos antes caminar con su novio. La volteo y su palidez me asombra y acongoja. Un ruido atroz envuelve el ambiente al mismo tiempo que las risitas se escuchan más lejanas. Lo sepulcral me rodea a base de quejidos y lamentos… Me pongo en pie, dejando el cadáver a un lado. Me trago un dificultoso nudo de la garganta al mismo tiempo que la niebla se hace más densa y las chiquilladas han dejado casi de sonar de fondo.

De repente, distingo una sombra que camina desgarbada y con parsimonia hacia mi posición. Con una sonrisa ilusa en la boca, avanzo dos pasos hacia delante en busca de socorro. Casi no puedo verle u oírle.

Cuando voy a hablarle, ya está a menos de un metro. Al fin consigo distinguirle con mayor claridad. Sin embargo, mis ojos irremediablemente se abren ante lo sobrecogedor e imposible. Sus pupilas carecen de vida y su sentido “de ella” se encuentra, quizás, en el más allá. Nervioso, retrocedo aterrado. Sin esperármelo, me agarran un pie. Caigo de espaldas y compruebo que la persona que me sostiene me mira con sus blancos y ciegos ojos. Grito horrorizado. Me zafo como puedo de la joven chica que creí muerta y vuelvo a correr, a huir.

Con habilidad, escapo de todas las manos que casi me rozan entre las tinieblas de la blancuzca neblina y sigo corriendo sin mirar atrás. Solo rezo para que no me toquen, ya que, aun no haciéndolo, siento sus manos desgarrar mi piel.

Vuelvo a caer (o eso noto al sentir un peso descomunal sobre mi pierna). Ruedo por la arena (o eso creo al saborearla entre mis dientes). Siento que mi cuerpo, poco a poco, va ardiendo. Procuro levantarme, pero me oprimen, agarrándome por todos lados hasta dejar solo mi cabeza a flote.

En mitad de este sin vivir, de esta nublada agonía, una luz me ciega y distingo la fina y delgada silueta de la muerte. Viene con largos cabellos negros. Inquieto, logro liberar una mano de su cautividad, pero la arena se vuelve en mi contra, provocando que tosa al ingerirla otra vez.

Trato de pedir clemencia, pero un torrencial de agua salada me ahoga sin contemplación alguna. "Me ahogo. Me ahogo…"



Doy un respingo y me encuentro a mi mujer, frente a mí, con un cubo de playa entre las manos y el ceño fruncido. Mientras miro mi achicharrada piel, llena de arena, la escucho quejarse de mi torpeza. No le he echado crema ni los niños, ni a mí. Al torcer mi vista hacia los chiquillos –cada uno a un lado de mi cuerpo–, los encuentro casi tan rojos como yo y las manos llenas de arena con la que previamente me estaban enterrando “para que no me quemase”. "Angelitos...".

            Mientras ella me regaña y se lleva a los niños de la mano al apartamento para que no les dé una insolación, la niebla comienza a cubrir la línea del horizonte. Ya apenas se ve el mar. Otra vez me quedo solo, como en mi sueño, esperando a que la blanca, espesa y fría niebla avance hasta la orilla. Pensando en si levantarme y "salir por patas", o esperar y ver qué pasa.




_______________________________
Por María del Pino.
Aviso legal: Gran parte del contenido de este blog se encuentra protegido por el Registro Territorial de la Propiedad Intelectual.